Por Ezequiel
Fernández Moores
Más que los récords, una hazaña que él naturalizó en rutina
de cada fin de semana, lo mejor de Messi es que no para de crecer. El crack que
de niño sufrió déficit de la hormona de crecimiento sigue dando pasos de
gigante. Dentro y fuera de la cancha. Y siempre según sus tiempos. Hoy contra
Benfica, o acaso el domingo contra Betis (le quedan cinco partidos hasta fin de
año), Messi, que lleva 84 goles, podrá superar los 85 que el alemán Gerd Müller
anotó en 1972. Pasaría a ser el máximo goleador de la historia en año
calendario. El empujón definitivo para ganar el 7 de enero próximo el cuarto
Balón de Oro seguido, algo jamás logrado por ningún otro jugador en la historia
del fútbol mundial. Lanzado a esa carrera, sorprendió que Messi, que siempre
exige estar, haya aceptado no jugar el miércoles pasado contra Alavés, un rival
modesto que acaso le habría facilitado asegurar la histórica hazaña. La
decisión, de fuerte contenido simbólico, pasó casi inadvertida para una prensa
demasiado atareada con los récords. Messi aprendió que los goles, la propiedad
privada de una obra colectiva, no son sólo producto del remate, la habilidad o
la ubicación. También son fruto de la paciencia.
Cuentan que Tito Vilanoba quedó feliz la semana pasada tras
lograr algo que ni siquiera había podido conseguir Pep Guardiola, su ilustre
predecesor: convencer otra vez a Messi de que debía descansar y no jugar contra
Alavés. El Messi de los primeros años, que se lastimaba los músculos y ponía en
duda un futuro dorado, pasó a ser con el tiempo un jugador indestructible. El
único que juega siempre. Y siempre es figura. Médicos, nutricionistas y
preparadores físicos de Barcelona hicieron lo suyo, claro. Pero Messi aprendió
a cuidarse como nadie. Recuerdo una imagen: semifinal de la Copa Mundial de
Clubes 2011 en Yokohama contra el qatarí Al Sadd. Barcelona, que por su
calendario había llegado a Japón con poca antelación, ganó 4-0. En ese partido,
recordado por la grave lesión que sufrió David Villa, Messi no hizo goles.
Apenas entró en juego. Igual que en algunos de esos amistosos con fines
comerciales que programa la selección en escenarios exóticos y a los que llega
como puede, porque su presencia agranda el cachet. Tres días después, ya
descansado, Messi la rompió en la final, 4-0 contra Santos.
Leo inició esta temporada sin sus habituales corridas
largas. La prensa especuló posibles problemas musculares. Messi, tal vez, intuyó
que sus rivales estudiaron al detalle sus slaloms. Armó "ideas
alternativas para mantener eficacia" y ahora "aprovecha al máximo las
pequeñas sociedades con cada uno de sus compañeros", me observa Fernando
Signorini. Coincide desde Barcelona, Ramón Besa, de El País: "Sabe siempre
buscar el lado bueno, antes Alves; ahora el carril izquierdo con Alba, Cesc y
con Iniesta. No es sólo instinto, sino también una inteligencia futbolística
excepcional".
"Como me dijo Jorge Valdano en mi libro, aprendió a ser
uno cualquiera, a dosificar el esfuerzo", me dice Luca Caioli, autor de
Messi. El niño que no podía crecer, vendido ya en más de 30 países. Leonardo
Faccio, autor de Messi, un libro publicado en once idiomas, que pronto saldrá
en ruso, coreano y holandés, cree que, en rigor, no cambió Messi, sino nuestra
mirada hacia él. "Existe, me parece, una mayor comprensión y complicidad
con su estilo de juego y de vida. Una fe hacia su lógica [y la de Barcelona]
que antes no existía." "Los procesos de Messi -sigue Faccio- son
extensos a pesar de su corta edad. Y, antes que la estrategia del pelotazo, la
fe del hincha [argentino] se ve ahora depositada en ese camino de goles más
elaborados, en apariencia más lento, pero más seguro y plural." Messi,
voraz, me acota Ramiro Martín, del diario Sport, "define un perfil de
crack que necesita del gol para exhibir su plenitud. Tiene que marcar 86 goles
para conseguir una unanimidad que Maradona, Di Stéfano, Cruyff y Pelé
consiguieron en un escenario mediáticamente menos invadido, tal vez más
capacitado para el análisis y, seguro, más prudente que lo que tenemos hoy, al
menos por acá". Como si Messi, recuerda Martín, hubiese dado forma a la
anécdota de Ricardo Bochini contada por Menotti: "Al final, si siguen así,
voy a tener que hacer los goles yo".
Otra clara evolución de Leo es la ejecución de tiros libres.
Signorini me recuerda feliz una práctica de la selección, poco antes del
Mundial de Sudáfrica. Messi parecía frustrado con sus ejecuciones. "No le
saques el pie tan rápido Leo, porque si no la pelota no sabe dónde la querés
mandar", le aconsejó, cálido, Diego Maradona. Leo no declama como Diego,
pero tiene el orgullo del número uno. Sin ser capitán, lidera al Barcelona que,
lejos de desanimarse por la partida de Guardiola, tomó el desafío de que el
equipo puede ganar y lucir más allá del técnico que lo dirija. "Ya no se
habla del Barça de Pep, sino del Barça de Messi. Leo ha asumido el liderazgo:
está más participativo, más dicharachero, más jefe", me cuenta Besa. Eso
sí, también el liderazgo es cuestión de aprendizaje. Algunos reproches
públicos, especialmente a David Villa, y rumores de enojos en vestuarios
obligaron a Messi a responder de modo ya reiterado que él no es "un
pequeño dictador". "Pienso un momento en cuán solo se quedaría Leo si
comienza a pedirles a todos sus compañeros que jueguen igual de bien e igual de
rápido que él. Un grito en su desierto de perfección", observa Martín.
Tito Vilanova lo tiene claro. Según ha llegado a contar el DT, Messi, en todo
caso, "es el menos tirano de todos los dictadores futbolísticos que ha
habido". Tiene ira cuando no gana, me cuentan las fuentes, se molesta y
riñe, pero luego pide perdón a su modo, a veces agachando la cabeza casi como
un niño. Y sus compañeros lo aceptan. Saben, además, que su fútbol preciosista
y de posesión, cotizaría menos sin los goles de Leo.
Messi, jugador completo, es la antítesis de Müller, rey del
área. El alemán (1,76 m y 84kg) anotó 68 goles en 62 partidos con su selección
y 365 goles en 427 partidos de la Bundesliga. "Uno por día, qué
poesía", llegó a decir. En un gol en un video en youtube
(https://www.youtube.com/watch?v=eOeNFepi9A8 ) toca tres veces la pelota en
apenas 80/100 de segundo. "Si piensas -decía- ya es tarde." Müller,
que miraba al arco, no al arquero, fue rey en esa raza de goleadores a un
toque, supuestamente limitados técnicamente, pero que, como dijo Valdano,
sabían hacer lo más difícil del fútbol: el gol. Un diario alemán buscó estos
días a Müller para juntarlo con Messi. Pero Müller, que sufrió años de
depresión y alcoholismo, no está bien. Paradójicamente, esta última versión
cada vez más goleadora de Messi, definiendo muchas veces de primera y casi en
el área chica, tiene parecidos con la de Müller. Pelé, si de comparaciones se
trata, además de tricampeón mundial, también fue un artillero formidable. Más
del doble de goles que Messi a la misma edad. La cifra suma amistosos, pero
"que nadie diga que un equipo como Zaragoza era acaso muy distinto que
Ferroviaria". La comparación pertenece al colega brasileño Juca Kfouri.
Aquel Santos, advirtió, goleó a Benfica en Lisboa en la final Intercontinental
de 1962 y también a Barcelona en el Camp Nou. Para Besa, Messi, "un
jugador total", tiene hoy "el mismo impacto en el juego que Di
Stéfano en su época en el Madrid".
La competencia actual con Cristiano Ronaldo motoriza seguro
a Leo, pero él hace como que sigue por la vida como si nada. Resistiendo a toda
comparación. Acaso ya tiene bastante con Maradona. Messi sigue asistiendo como
pocos, aprendió a marcar de tiro libre, quiebra récords goleadores y, para
nuestra suerte, ya es líder y figura en la selección, a la que, lejos de
aspirar al heroismo individual, le reclama un juego colectivo de ataque.
"Hace aproximadamente 2000 años -escribió un hincha en la Web- vieron a un
hombre caminar sobre el agua. Yo puedo decir que vi a Messi volar sobre el
césped."